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A LOS CUATRO AÑOS COMENCÉ A BAILAR. A LOS NUEVE YA SOÑABA CON PERTENECER A UNA GRAN COMPAÑÍA DE BALLET. DOS AÑOS MÁS TARDE, LO DEJÉ PARA DEDICARME A COSAS MÁS "SERIAS"; ESTUDIAR, SALIR CON CHICOS Y SER ALGUIEN DE PROVECHO, LO QUE SE TRADUCÍA EN TENER UNA CARRERA... ME DIJERON QUE CON LA DANZA NO LLEGARÍA A NADA Y, ENTONCES, ME DECLINÉ POR EL PERIODISMO SOCIAL Y CULTURAL. AHORA ESCRIBO DESDE EL SUR DE INGLATERRA, REMEMORANDO FANTASMAS DEL PASADO. ENTRE JORNADA Y JORNADA DE TRABAJOS TEMPORALES QUE SE DESECHAN COMO LOS ARTÍCULOS QUE LOS PERIODISTAS VOMITAMOS EN CARACTERES, ME ADENTRO EN EL PERSONAJE DE UNA DE LAS MAYORES FIGURAS DE LA DANZA CONTEMPORÁNEA: ALICIA ALONSO.
 
 
Paula ROMERO
 

 
  
 

 
 
Para una aficionada al ballet como yo, he de reconocer que el nombre de Alicia Alonso llegó tarde, pero inspiró algo que había estado dormido durante mucho tiempo. Fue en el año 2013 durante una rueda de prensa en el Teatro de la Maestranza, mientras hacía mis primeros pinitos en un medio local. La compañía del Ballet Nacional de Cuba estaba de gira por España con la representación de Giselle y Alicia Alonso se detenía en la capital hispalense para presentar su libro Alicia Alonso o la eternidad de Giselle. Poco después de aquel encuentro, estaba tomando clases de danza clásica en una modesta academia de la Alameda de Hércules, en Sevilla. La danza me ha ido acompañando durante todo este tiempo y, aunque no hice de ella mi profesión, la doté de significado para hoy poder hacer más mías las historias que como espectadora he ido recogiendo. Alicia, sin embargo, extrapoló cualquier límite y dejó su impronta en cada papel que representó. Hizo eterna a Giselle y arriesgó en cada coreografía introduciendo pasos imposibles, que diríamos el resto de los mortales. También llevó el son cubano a la danza clásica y supo reivindicar la identidad latina entre los más puristas de la academia. No fue hasta el año 1943 cuando la representación como solista de Giselle llevó a Alicia Alonso a acaparar la crítica y el aplauso internacional. Aquella sería la primera de las muchas Giselle que traería consigo Alicia. Setenta años después, bajo el recogimiento del público sevillano y el eco de los aplausos resonando desde el patio de butacas, reaparecía una Alicia Alonso igual de brillante e inmortal como aquella primera vez.
 
 
De La Habana a Broadway, pasando por Jerez de la Frontera
 
Tras varias semanas de lecturas, visionados de reportajes, actuaciones y entrevistas previas, encuentro un dato que la hemeroteca digital había pasado por alto y que me vincula, desde la admiración y el respeto, a esta artista casi centenaria sobre la que escribo. El paso de Alicia Alonso por Jerez de la Frontera 
ciudad que me vio nacer fue fundamental en el pronto mestizaje de su estilo, que luego depositaría en obras como Carmen. Las puntuales visitas de su padre a esta ciudad gaditana a principios del siglo XX influyeron significativamente en el desarrollo inicial de Alicia, que supo ligar flamenco y tradición a las formas más clásicas del ballet. Esta cubana nacida en La Habana fue hija de padres españoles y la menor de cuatro hermanos. Comenzó a bailar a la edad de los nueve, siguiendo los pasos de su hermana mayor Blanca María Martínez del Hoyo. Ambas fueron alumnas de la famosa academia cubana Sociedad Pro-Arte Musical, surgida en 1918 a manos de María Teresa García Montes y conocida como la primera institución feminista de América Latina. El padre de Alicia, Antonio Martínez Arredondo, fue considerado uno de los mejores veterinarios de la época en la isla, y eso lo llevo a visitar Jerez ya que, según él mismo reseñó, "era la ciudad donde mejor se trataba al caballo". Encomendado por el Ejército Nacional de Cuba en 1929, Martínez se encargó de la repoblación de caballos hispanoárabes, una raza que había mermado tras la Guerra de la Independencia. Alicia acompañó a su padre en algunos de sus viajes con tan solo siete años y quedó prendada del folclore español. Aprendió a bailar las danzas populares, así como a tocar las castañuelas, siguiendo la petición de su abuelo natural de Asturias, quien siempre le hacía una petición previa a los viajes: "Cuando vuelvan, tráiganme las danzas españolas".
 
 
 
 
  
 
Alicia ingresó en la Sociedad Pro-Arte de Cuba a muy temprana edad. Allí coincidió con Delfina Pérez Gurri y los hermanos Fernando y Alberto Alonso, jóvenes entusiastas que buscaban formarse en un país sin tradición cultural de ballet. Mención aparte merece esta institución que propició el germen y posterior reconocimiento internacional de la danza clásica. Por ella pasaron profesores de la talla de Nicolai Yavorsky, miembro de la Opéra Privée de París, o el coronel Wassily de Basil, director artístico del Ballet Russe de Montecarlo y quien le concedió a Alberto y Delfina la oportunidad de unirse a la compañía. Sin embargo, y pese a la escasa representatividad de este arte en la isla, hubo visitas esporádicas que fueron abriendo camino, como la aparición de la bailarina austríaca Fanny Elssler o la presencia de la gran Anna Pavlova y su compañía en repetidas ocasiones a principios del siglo XX. Alicia pronto comenzó a destacar, asumiendo papeles principales en diversas representaciones. En 1936 aparecería en el Claro de luna de Beethoven acompañando al que poco después se convertiría en su primer marido, Fernando Alonso. Éste último, motivado por el éxito de su hermano, puso rumbo a Nueva York, y un par de años después contrajo matrimonio con Alicia en dicha ciudad. La cubana entró en contacto con la School of American Ballet y la Escuela Rusa de Ballet, participó en varios musicales de Broadway y su nombre rápidamente se hizo popular entre los círculos más selectos por su característico estilo. Alicia era capaz de incorporar los ritmos latinos propios de su tierra a una técnica pulida, clásica y perfilada, lo que la definía como una bailarina llena de matices.
 
 
De la eternidad de Giselle a la eterna Alicia
 
Alicia Ernestina de la Caridad del Cobre Martínez del Hoyo, como era conocida antes de su casamiento, cambió su apellido por el de su marido, Fernando Alonso, siguiendo la tradición estadounidense. Se casó a la temprana edad de quince años y pronto fue madre de su única hija, Laura Alonso. Sin embargo, y al contrario de lo que dictaminaba la época, siguió formándose y asumiendo papeles cada vez más significativos. Antes de su salto a la fama internacional con Giselle, Alicia tuvo un desprendimiento de retina cuando tenía solo veinte años. Tras varias operaciones en Estados Unidos, en 1941 decidió trasladarse a Cuba, donde permaneció un año en cama por recomendación médica. Ella misma ha relatado en varias entrevistas cómo fue repasando las coreografías, escenificando los bailables, memorizando los pasos y repitiendo cada acto de las obras que previamente había representado. El reposo no impidió que Alicia continuara ampliando su perspectiva y su experiencia en la danza. Aprovechó el reposo para ponerse al otro lado y asumir la mirada del público, bailando con sus recuerdos y perfeccionando la técnica desde su imaginario. Todo ello le sirvió para poder reincorporarse un año después a la representación de la ópera Aida de Giuseppe Verdi, reapareciendo en escena junto a Alberto Alonso y su esposa Alexandra Denisova, conocida especialmente por ser la primera figura del Original Ballet Russe de De Basil. Por aquel entonces, Fernando Alonso sustituiría a Georges Milenoff en la dirección de la Sociedad Pro-Arte, un cambio significativo que introdujo a grandes del ballet y distinguidos coreógrafos rusos.
 
Un par de años después de experimentar sus primeras dolencias en los ojos, Alicia se reincorporó a las filas del American Ballet Theatre. Ni siquiera se había curado por completo y era consciente de que el desprendimiento de retina que sufría podría ir a peor, pero aun así no dudó ni un segundo en anteponer la danza como forma de vida. Una vez volvió a instalarse en Nueva York, decidió seguir muy de cerca cada uno de los pasos de la Prima Ballerina Assoluta británica, Alicia Markova (Lilian Alice Marks), a la que admiraba por su amplia y reconocida trayectoria dentro del ballet profesional. En una de las funciones previstas durante la gira de Giselle, la bailarina londinense enfermó y Alicia, que conocía y se sabía de memoria el papel de la protagonista, acabó siendo su sustituta. Aquella representación marcaría un antes y un después en la carrera profesional de la artista cubana. Los círculos más selectos del ballet catalogaron a Alicia Alonso como "la gran revelación" del momento. Incluso recibió muy buenos comentarios por parte del crítico John Martin, un prestigioso periodista del New York Times de la época que era capaz de ascenderte y catapultarte a lo más alto o hundirte del todo simplemente con una sola reseña.
 
 
 

 
  
 
Previo a su estrellato, Alicia fue persuadida por empresarios y asesores para cambiar su apellido por uno que sonase más inglés o ruso, con el pretexto de promocionar su ascenso. Esta práctica era bastante común entre las bailarinas nacidas en otros países, puesto que la academia siempre estuvo marcada por una élite adinerada y blanca proveniente de Rusia y Europa. Le propusieron que asumiese como propio el apellido 'Alonsov', ya que era inusual ver a una latina entre los escenarios más burgueses de la época. Alicia se enfrentaba entonces a una discriminación doble como mujer latina en un mundo dominado por hombres de clase alta, que le permitían caminar pero a la sombra de representantes, empresarios, periodistas y políticos. Pero esta cubana, con fuertes vínculos y raíces a su tierra y sus gentes, se opuso drásticamente, defendiendo su identidad latina hasta conseguir un merecido hueco en la academia. Tal fue la reivindicación protagonizada por Alicia Alonso que tanto ella como su marido Fernando continuaron manteniendo una vinculación muy cercana con la Escuela Nacional de Danza en Cuba. Cada verano, cuando la American Ballet Theatre descansaba de sus actividades, la familia Alonso aterrizaba en la isla para formar parte de las funciones de ballet en la escuela, perfilando lo que años más tarde sería una de las mayores obras perecederas: la primera compañía de Ballet Nacional de Cuba, fundada por el matrimonio en 1948 con el nombre de Ballet Alicia Alonso.
 
 
 
 

 
 
 
 
Maurice Bejart: "Alicia nació para que no muriera Giselle"
 
A pesar de que su representación como Giselle solo fue durante una noche, tiempo después Alicia volvería a representar ese papel, haciéndolo suyo y dotándolo de una inmortalidad que, a su vez, le acompañaría para siempre. A esa representación como personaje principal le siguieron innumerables obras del repertorio romántico y clásico, en los que constantemente actuaba como intérprete suprema. Aquello le permitió entrar en contacto con grandes figuras de la danza clásica como Michel Fokine, George Balanchine, Léonide Massine, Bronislava Nijinska, Nora Kaye o Igor Youshkevich, con el que incluso pudo participar en los Ballets Rusos en Montecarlo en 1955. Alicia compaginó durante unos años su actividad en la American Ballet Theatre, los Ballets Rusos de Montecarlo y su propia compañía en Cuba hasta el final de la Revolución cubana, aunque sin apoyo oficial y con muy pocos recursos. Tras la ley de embargo, Alicia renunció a su vida en los Estados Unidos y a principios de los sesenta el Estado de Cuba empezó a apoyar fielmente a la escuela, potenciando así la riqueza cultural del país. Alicia pudo haber optado por una vida de fama, sorteando los escenarios más codiciados y exitosos del momento. Sin embargo, la constante reivindicación identitaria la llevó a impulsar el talento y promover el arte en su amado país.
 
 
 
 

 
 
 
El nombre de Alicia Alonso ya resonaba con mucha fuerza en todo el panorama internacional. La bailarina cubana versionó los patrones de los grandes clásicos para darles vida y actualizarlos. Primero comenzó haciendo giras por Latinoamérica hasta dar el salto a Europa y al resto de continentes. Incorporó en su repertorio obras muy reconocidas como la propia Giselle, Grand Pas de Quatre, La bella durmiente del bosque, Coppélia, Las sílfides, Don Quijote, etc. El aporte de Alicia y la escuela cubana al ballet supuso una gran innovación para la danza clásica, además de marcar una diferencia estilística respecto a todos los cánones previamente concebidos.
 
 
Alicia Alonso: "Las artes son los colores del vida"
 
Podría decirse que Alicia Alonso se superó a cada paso, convirtiéndose en un hito para los cubanos y una referencia mundial con letras mayúscula en el arte del ballet. Pese a sus problemas de visión, nunca abandonó el escenario y supo sortear los giros, saltos y portés en escena con ayuda de sus partenaires, entre los que destacarían sobre todo Jorge Esquivel y Orlando Salgado, además de todo el equipo técnico. La capacidad para memorizar, así como la constante determinación por la limpieza y la definición de cada uno de los movimientos, la hizo digna de innumerables reconocimientos, llegando a entrar en el selecto club como era el de las Primas Ballerinas Assolutas en 1959. A este exclusivo nombramiento, que toma su origen de la Rusia imperial y que reúne a las grandes figuras del ballet, le siguieron decenas de distinciones por su trayectoria profesional, su aporte al ballet universal y el ensalzamiento de la identidad cubana.
 
La carrera de Alicia Alonso ha sido muy laureada y ostenta múltiples galardones entre los que destacan la Orden Nacional de Mérito Carlos Manuel de Céspedes y el Título de Dama de la República de Cuba en 1947; la Medalla de Su Majestad Elizabeth II (Reino Unido) en 1953; el Emblema del Teatro Bolshói (Unión Soviética) en 1958; el Gran Premio de la Ciudad de París en el IV Festival Internacional de Danza de París en 1966; la Medalla de Oro del Gran Teatro del Liceo de Barcelona en 1971; la Medalla de Honor del Teatro de la Ópera de Viena en 1980; o el Premio Benois de la Danse, con el que se alzó en el año 2000. También fue investida Doctora Honoris Causa por la Universidad de La Habana, así como en otras universidades, fue nombrada Miembro de Honor en la Asociación de Directores de Escena de España (ADE) y recibió el Premio Irene Lidova en Cannes en el año 2005 por toda su carrera artística, entre muchos otros.
 
Dicen que Alicia bailaba con las sombras y, aunque se apoyaba en las luces que iluminaban el escenario para dirigir sus movimientos, siempre supo colorear sus personajes, disfrutar de la danza y hacer de ella su vida. Tanto es así que se mantuvo sobre los escenarios hasta muy avanzada edad, asentando los pilares de una escuela que hoy en día lleva su sello por todo el mundo. Su vocación por la danza es tan profunda que en el Festival Internacional de Ballet de La Habana de 2012 llegó a interpretar Retrato para el recuerdo nada más y nada menos que con noventa y dos años. En alguna ocasión llegó a mencionar que viviría doscientos años, debido a que sus alumnos y las generaciones venideras llevarían consigo el estilo, la esencia y la cubanía, propia de un estilo más aéreo, al ballet internacional. Pero probablemente Alicia Alonso 
así como Giselle se mantenga eterna mientras siga sirviendo a otros de ejemplo e inspiración.
 
 
 
 
 

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