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EL MURO DE LAS CICATRICES

EL MURO DE LAS
CICATRICES

EL MURO DE LAS
CICATRICES

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TREINTA AÑOS DESPUÉS DE LA CAÍDA DEL MURO DE BERLÍN, LA CIUDAD HA SEGUIDO CRECIENDO A AMBOS LADOS DE LA ANTIGUA FRANJA LIMÍTROFE. EN MEDIO DE UN CONTEXTO DONDE EL ESTADO DE LAS FRONTERAS SE COLOCA EN LA AGENDA POLÍTICA, LA REFLEXIÓN SOBRE LAS IDENTIDADES Y EL AUGE DE LOS RADICALISMOS SE PRESENTA COMO UN EJERCICIO NECESARIO. DESDE ESTA INTROSPECCIÓN, A DÍA DE HOY LA CAPITAL DE ALEMANIA CONTINÚA VIVIENDO EN CONSTANTE DIÁLOGO CON LAS CICATRICES DE UN PASADO NO TAN LEJANO.
 
 
Esperanza TORRES
 

   
 

 
 
Como un cuerpo dividido en dos mitades, el símbolo más popular de la Guerra Fría (1961-1989) separó Alemania en sus dos extremidades, Este y Oeste, durante 28 años. Treinta años después de su caída, en la ciudad de Berlín apenas quedan en pie 2 kilómetros de los 43 en total que la sitiaron una vez terminada la Segunda Guerra Mundial. La huella intacta de los mensajes de paz y libertad incrustados en la dureza del hormigón, el desconcho del muro provocado por unas manos y unos pies que posiblemente intentaron sortearlo, y el aún descontento entre una buena parte de la población décadas tras su derribo, son algunas de las tantas consecuencias que provocan los límites físicos y ficticios en la vida real de aquellos que persisten esperanzados al otro lado. En el aniversario de la caída del muro, Berlín se erige como la mejor testigo documental a pie de calle. Un relato de memorias convertido hoy en una fuente comercial y turística que atrae todos los años a millones de visitantes. Al igual que la ciudad de Roma fue la principal exponente de la civilización romana o la ciudad de Atenas de la época clásica, la capital alemana fue el paradigma cultural de la Europa moderna hasta poner en entredicho a filósofos germanos como Theodor Adorno, quienes se preguntaron si sería posible volver a escribir poesía después de Auschwitz. Especialmente así sería desde la gran batalla final de 1945 que tuvo lugar en suelo berlinés y que supuso el fin del mandato de Adolf Hitler con la división ideológica posterior de los territorios alemanes.
 
 
 
 

 

 
  
 
 
Sin embargo, una parte de este cuerpo cicatrizado ha encontrado su bálsamo en la cura del arte, en concreto en la East Side Gallery, el mejor tramo de muro conservado y reconvertido en la mayor galería de arte expuesta al aire libre. A medida que se accede a la calle Mühlenstraße desde el tren en el barrio alternativo de Friedrichshain-Kreuzberg, una hilera de grafitis comienzan a bordear el río Spree a lo largo de 1,3 kilómetros. A pesar de ser un lugar retirado del centro turístico, la East Side Gallery no ha escapado de los comerciantes que venden merchandising con recreaciones de algunas de las obras del gran tabique. Otros aprovechan el paso de los grupos de curiosos para exponer sus joyas artesanales; en el espacio de la compra y venta parece que todo vale. Al preguntar en un puesto por el precio de un imán con la réplica del famoso grafiti del Bruderkuss (Beso entre hermanos) del artista ruso Dmitri Vrúbel, en cuyo pie reza "Mein Gott hilf mir, diese tödliche Liebe zu überleben" ("Dios mío, ayúdame a sobrevivir a este amor mortal"), Malik, un vendedor ambulante que lleva seis años junto al muro, nos dice con ironía que las pinturas de este no son del todo originales, pero sí las de sus imanes y postales. Según Malik, los dibujos han pasado por algunas fases de modificación: "Gente no respeta, ¿sabe?". Entiendo que se refiere a las fechorías de los vándalos que obligaron a restaurar por parte de los creadores la gran mayoría de los trabajos artísticos.
 
Al otro lado de la calle Mühlenstraße la Berlín más capitalista convive con la historia que intenta sobrevivir a todo este amor mortal de los mercados. Los edificios de una empresa textil alemana y de una marca de coches de lujo miran el presente sin perder de vista el muro. Como la mayoría de los edificios y negocios actuales de Berlín, todos trabajan ante la atenta mirada de un pasado que no deja de observarlos a través de los grandes ventanales y las arquitecturas minimalistas que los configuran. Al avanzar un par de calles, un letrero con la imagen del grafiti del Beso entre hermanos indica que estamos en el Hostal East Side Gallery, el cual espera ver pasar a parejas y familias abrazarse y besarse dentro de él. Jamás un gesto de respeto entre dos dirigentes políticos (Leonid Brézhnev y Erich Honecker) como alianza del fin de un conflicto se había propagado tanto durante el tiempo. Parafraseando a las teóricas de la segunda ola de feminismo, cuyo movimiento coincidió con el comienzo de la Guerra Fría y los años del muro, lo político termina siempre siendo una cuestión personal y viceversa.
 
La huella aún intacta de las cicatrices de Berlín se extiende, al igual que su línea de tren, hacia cualquier lugar recóndito de su cuerpo. Respirando como un gran pulmón verde se encuentra en uno de sus extremos el Tiergarten, el mayor parque de la ciudad y escenario de aquellas revoluciones del ejército prusiano. En el corazón del mismo se erige el monumento de la Siegessäule (Columna de la Victoria), uno de los miradores desde los cuales es posible escapar del bullicio y la prisa de los grupos de turistas que se agolpan en la Puerta de Brandenburgo, a escasos metros de los accesos del parque. Al acercarse a la antigua entrada de Berlín y uno de los símbolos históricos de reclamo de las rutas turísticas, comienza a aparecer el skyline cromático de paraguas que portan los distintos guías que se encuentran por la Plaza de París. A 34 grados en el mes de agosto con sol y lluvia intermitente, la mejor defensa armamentística para el chico español que es mi guía es un paraguas amarillo. Tímidamente me pide que no dé su nombre, ya que una parte de sus beneficios los generan los comentarios que dejan los turistas tras el tour en la web. "Trabajo aquí desde hace muchos años, me vine solo buscando una oportunidad como un joven más. El trabajo tiene sus días malos y buenos en función de lo que la persona quiera pagar. Normalmente pido a la gente que deje algo más de cinco euros, ya que la empresa para la que trabajo se lleva algo más de tres euros por cada propina que ingreso", me cuenta. Este inmigrante español es un trabajador de excursiones y guías de empresas que fomentan el free tour, o en su cuestionada traducción español tour gratis, pues aunque no exista una tarifa fija, al final de la explicación el guía invita a los turistas a contribuir con una donación voluntaria.
 
 
 
 


 

 

 
 
El origen del free tour nació en Berlín en 2004, al principio con visitas solo en inglés, y poco después el negocio comenzó a ofrecerse en ciudades como Ámsterdam. En España el free tour se considera un trabajo que genera desigualdad con respecto a los guías oficiales. los cuales necesitan obtener un certificado oficial y estar dados de alta como autónomos para poder ejercer la profesión. En cambio, para enseñar con free tour solo es necesario registrarse y hacer clic en su página oficial de tal modo que cualquier persona puede acceder al mercado intrusista del turismo de la calle. En Berlín mi guía invita al final del tour a sumarse a otras excursiones más amplias que deben pagarse a través de la web. El primer servicio utilizado a bajo coste se utiliza como gancho para consumir otros a un precio más elevado. Es lo que se llama en marketing como freemium, plataformas de negocios que se mantienen vivas gracias a que unos usuarios consumen el producto de manera gratuita mientras otros pocos lo pagan a un precio por unas características especiales y específicas.
 
Nada más entrar a la Puerta de Branderburgo se puede ver hasta un total de siete guías de free tour diferentes que esperan o intentan captar a sus clientes. Algunos son jóvenes que han estudiado historia e intentar diferenciarse de los demás guías añadiendo algo más de conocimiento en sus explicaciones. "Habéis acertado al contratar la salida conmigo, otros no sé qué os hubieran dicho", nos dicen para reafirmarnos en nuestra elección. Tras mirar pasar a un chico que porta otro paraguas de otro color nuestro guía nos lleva hasta uno de los pasos fronterizos del viejo muro y prosigue: "Estamos en Checkpoint Charlie, uno de los pocos puntos de acceso entre ambos lados". Tras él se encuentra un gran cartel reconstruido a partir del original y donde se lee "You are leaving the American Sector" ("Está usted abandonando el terreno americano") en un aviso amable de ser interceptados para jamás volver. Como consecuencia de cualquier levantamiento, se calcula que en los años del muro más de 600 personas murieron abatidas por los disparos de los soldados del paso al intentar huir. En Checkpoint Charlie parece que el silencio de la herida ha enmudecido y cicatrizado con una rapidez auspiciada por el ruido y el fulgor de los restaurantes y comercios norteamericanos que se suceden al final de la calle principal. En el distrito de Friedrichstraße, lugar donde se encuentra Checkpoint, llama la atención el gran número de turistas que buscan una foto junto a la casetilla del puesto de mando de la zona americana. Junto a él se encuentra el museo de esta zona de paso entre las "dos viejas Alemanias", donde uno de los principales atractivos es la venta de fragmentos del muro desde aproximadamente 10 euros. Una forma fácil de llevarse un resto "intacto" de la historia moderna sin necesidad de facturar la maleta. Es fácil encontrar restos del muro, algunos solo réplicas, en la gran mayoría de souvenirs de Berlín. Con un mercado muy descentralizado, a día de hoy existe un negocio lucrativo en torno a estas piezas. Algunas empresas alemanas se han encargado de mediar entre artistas y compradores internacionales para poner a disposición fragmentos de mayor tamaño. No obstante, el mercado más rentable es el que tiene lugar a pie de calle, aquel que permite guardar en una bolsa de plástico centímetros del muro en el bolsillo de un pantalón o colocarlo en forma de imán sobre el frigorífico de una cocina de un trabajador de clase media.
 
Paralelo al turismo que asiste día tras día al rebobinado de esta parte de la historia, treinta años después, los esfuerzos del Gobierno alemán se centran en hacer que los habitantes del Este terminen por sentirse integrados y hacer que desaparezca en ellos el sentimiento de ser ciudadanos de segunda clase. Al pasear aún se atisba algún resto de la diferenciación física que reinaba por entonces. "Fijaos en los muñecos de los semáforos, los de la zona oriental suelen portal un sombrero en la cabeza", señala el guía. Pero antes de entrar en el descanso del café de esquina que hay frente a la entrada del museo de la Topografía del Terror en Niederkirchnerstraße, un anciano se acerca al chico español que nos ha acompañado durante toda la visita y le comenta algo en alemán relacionado con el grupo de turistas. El guía nos vuelve a mirar y nos explica: "No os preocupéis. Solo me ha pedido que por favor sea respetuoso con la historia y la realidad". En la pausa le pregunto por el trasfondo en las palabras de aquel hombre quien confirma a mis sospechas: las diferencias entre ambos territorios tras la caída del muro son más perceptibles de lo que pueden parecer. Ciudadanos del Este como el anciano han envejecido y han trabajado durante los años posteriores al muro en condiciones inferiores a las de sus vecinos del Oeste.
 
 
 
 




 
 
De la misma forma que en otros muchos países, el avance de la ultraderecha ha aprovechado el vacío de las promesas de los partidos y el hartazgo social en una buena parte de la población para hacerse crecer, especialmente en esta zona oriental del muro donde existe también una fuga de jóvenes cerebros que desea encontrar en la zona occidental un trabajo mejor y mucho más acorde con sus estudios. En esta dualidad histórica, y en una ciudad donde el precio de la botella de agua en un restaurante es incluso superior al de la cerveza, se teje el hilo del presente y la memoria no solo de Berlín, sino de toda Alemania. Un cordón que une el recuerdo constante que dejan los memoriales situados en distintos puntos de la ciudad con respecto al dolor del holocausto provocado por el régimen nazi y el auge de los partidos con ideologías que recuerdan a ese tiempo. Una vez más, el arte actúa como principal exponente y mediador de este diálogo anacrónico entre épocas. Es el caso, por ejemplo, del Monumento a los judíos de Europa asesinados junto al edificio del Reichstag o Bundestag (Parlamento alemán). La pieza consta de 2.117 bloques de hormigón de distinta altura los cuales pueden ser recorridos gracias al cruce de pasillos que los conforman.
 
El objetivo principal de estos espacios para la reflexión de estilo abstracto no es otro que remover una serie de emociones o sentimientos diferentes en cada uno de sus espectadores que los observan algo escépticos. Esta técnica monumental está alejada totalmente de la construcción clásica del monumento de Occidente, ya que el público aquí sí tiene la posibilidad de vivir intensamente la experiencia de interactuar con la obra. En el monumento a los judíos desaparecidos, este contacto comienza a ras del suelo donde los primeros bloques de hormigón apenas pueden pasar desapercibidos para un público que con cierta curiosidad se acerca al campo gris de piedra. Una vez dentro, los espectadores comienzan a verse sorprendidos por torres cada vez más altas que llegan a cubrirlos hasta hacerles perder la orientación y la visibilidad de lo que ocurre más allá de su alrededor. Digamos que cada una de las losas puede llegar a simbolizar el símil con el que algunos discursos radicales comienzan a calar en la sociedad hasta llegar a entrar y subir en el poder de las instituciones, sin haber encontrado prácticamente alguna reacción medianamente organizada.
 
En resumen, Berlín, sus guías y sus habitantes cuidan su historia, y la nuestra, para advertirnos que es posible volver a caer en ella si no se aprende de la memoria. Aún así no deja de ser paradójico cómo el "muro de de la vergüenza", cómo así se apodó en Occidente, ha pasado de ser un símbolo de desunión de una época para convertirse en el motor económico y turístico de un país y un continente que tiene su mirada fija y atenta en lo que ocurre en las nuevas fronteras internacionales que trazan el mercado, la economía y las desigualdades. En la unión de Europa y el reforzamiento del sentimiento de unidad de toda su clase política y social está la trinchera desde la que hacer lumbre para combatir el frío del cemento y el invierno. En una hoguera avivada por la alegría de la población más joven y que celebra el sol y el verano al ritmo de una música techno globalizada, el arte y la poesía de Berlín la protegen desde cerca. Frente al miedo de caer en el olvido, por si acaso, nuestro guía español recita los versos del pastor luterano Martin Niemöller al final de cada uno de sus tours: "Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada, porque yo no era socialista. Luego vinieron por los sindicalistas, y yo no dije nada, porque yo no era sindicalista. Luego vinieron por los judíos, y yo no dije nada, porque yo no era judío. Luego vinieron a por mí, y no quedó nadie para hablar por mí". Se hace el aplauso.
 
 
 
 



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